Ribadavia, la estación de la libertad

Adif
4 min readApr 9, 2021

Desde su quiosco en esa terminal gallega, las hermanas Touza ayudaron a cientos de judíos a huir de los campos de exterminio durante la II Guerra Mundial.

El antiguo kiosko de las hermanas Touza (foto cedida por el Concello de Ribadavia).

Aunque el relato del holocausto suele trasladarnos al corazón de Europa, las ramificaciones de la II Guerra Mundial son innumerables. Una de las más próximas nos remite a Ribadavia (Ourense). El ferrocarril, tan presente en la crónica de aquel periodo negro, adquirió en esta localidad gallega un papel bien distinto. En la estación no queda huella pero, a apenas unos metros de la vía, donde hoy luce un rosal se levantó en su día un modesto quiosco de madera. Tres hermanas, Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, vendían bocadillos, licores y alguna golosina durante las largas paradas del tren. Un día de primavera de 1941 repararon en un hombre mal vestido que llevaba horas en un banco, esperando un tren que nunca llegaba. Al entablar conversación supieron que venía de Lyon y, gracias a él, conocieron el drama que se estaba fraguando cientos, miles de kilómetros más al este.

Aquel fue el primero de los muchos judíos que las Touza ocultaron, ya fuera en el sótano de su casa o en el de la misma tienda, y a los que ayudaron a cruzar la frontera con Portugal — a unos 20 kilómetros — , desde donde ponían rumbo al norte de África y, sobre todo, a América. Huían de los campos de exterminio. Llegaban por Francia, la mayoría subiéndose al tren en Hendaya y luego por Irún con destino a Vigo. Pronto se empezó a saber que Ribadavia era la conexión con la libertad. Las Touza lo llevaron con la mayor discreción; la mejor prueba de ello es que nunca fueron descubiertas. Contaron con la colaboración de algunos vecinos más: dos taxistas, un improvisado intérprete y un barquero. Lo habitual era llegar a Portugal al abrigo de la noche, ya fuera cruzando el Miño — en barca y a pie — o bien caminando por los montes próximos a la frontera.

En el lugar del antiguo kiosco hoy luce un rosal.

En la casa familiar de las Touza una placa colocada en 2008 reza en gallego: “Ás tres irmás Lola, Amparo e Julia Touza. Loitadoras pola liberdade” (“A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la libertad”). En la estación, decíamos, no queda rastro del quiosco… al menos por ahora. Adif, a través de la Subdirección de Estaciones Noroeste, se encuentra en tratos con el Concello de Ribadavia para homenajear a las tres hermanas dentro de la estación, e incluso se plantea la posibilidad de reconstruir el pequeño local.

Dos novelas, una obra de teatro y… ¿una película?

En 2008, el Centro Simón Peres por la Paz, con sede en Jerusalén, plantó un árbol con el nombre de Lola. Por ahora, el estado de Israel no ha otorgado a las hermanas el título de Justos entre las Naciones, su máximo reconocimiento oficial, que distingue a personas de confesión no judía que arriesgaron sus vidas para prestar ayuda de forma desinteresada. Unas 28.000 personas gozan de este galardón, incluidos algunos españoles. El más popular es el diplomático Ángel Sanz Briz, también conocido como El ángel de Budapest, cuya vida fue llevada al cine y la televisión. Según se calcula salvó la vida a unos 5.000 judíos húngaros facilitándoles pasaportes españoles.

Algunas informaciones periodísticas aseguran que las Touza ayudaron a cerca de 500 judíos sin pedir jamás nada a cambio. Dos décadas después una de esas personas, Isaac Retzmann, coincidió en Nueva York con Amancio Vázquez, un gallego a punto de volver a su tierra de vacaciones. Le pidió que indagara sobre aquellas mujeres que, dos décadas antes, le habían ayudado a salvar la vida cuando huía de su Alemania natal. A través de Vázquez, la historia llegó a oídos del librero y escritor coruñés Antón Patiño Regueira, que se la guardó hasta que las tres hermanas hubieran fallecido. Más de medio siglo duró el secreto, hasta que Patiño lo desveló en un libro de relatos titulado ‘Memoria de ferro’ (2005), su testamento literario. Para entonces, la historia de Oskar Schindler era ya conocida en todo el mundo gracias a Steven Spielberg. Más de una y de dos veces los titulares de prensa han bautizado a las Touza como “las Schindler gallegas”. El escritor Vicente Piñeiro también lo hizo en ‘Lola Touza. La Schindler gallega’ (2015), en la que dio a esta historia forma de novela. Lo mismo hizo, sólo un año más tarde, Emilio Ruiz Barrachina con ‘Estación Libertad’ (2016). El dramaturgo Alfonso Cárcamo la convirtió en montaje teatral en Ciudad de México e incluso se ha llegado a rumorear que la historia podía ser llevada al cine. La historia, desde luego, parece de película.

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